No Hacemos Caso a Nuestros Mayores.
- Era un 28 de Diciembre, llovía a cantaros, y tenia que ir al campo para ver si los cochinos necesitaban más pienso. Mi padre, hombre de campo y caballista, me dijo que si el arroyo que tenia que atravesar, estaba imposible de vadear, subiera por el viejo puente del tren (solo se encontraba a unos cientos de metros del vado), que salvaba el arroyo.
- La juventud no escucha ni escuchábamos en nuestros tiempos.
- Salí de casa camino de la finca, La Parrita, con un potro que yo había domado, con mi capote de montar negro, de los antiguos, los que llevaban esclavina abrochadas con tres correas de cuero, y cuento esto por lo que vendría después. Con mi sombrero de ala ancha cubierto con su funda impermeable, también negra como el capote.
- Me encaminé hacia mi destino, la finca La Parrita, bajo la lluvia, disfrutando del paisaje y de lo bonita que estaba la sierra, ya que este episodio se desarrollo en Zufre en la Sierra de Huelva y Picos de Aroche.
- Al tran tran de mi caballo, siempre al paso, mi padre decía, que las carreras para las romerías. Llegue al barranco en cuestión, el barranco del Bezo, me dijo mi padre que si el barranco estaba imposible de vadear, que me subiera por un puente antiguo de la vía del tren que estaba cercano, pero no pensé en lo del puente, seria que jamas pasábamos por el, si no, por el vado del barranco.
- Pensé vadearlo más arriba, ya que le quitaba el agua de otro barranco más pequeño, pero con bastante agua también. Cuando creí ver el sitio adecuado (a esa edad, lo poco que pensaba en esos tiempos la juventud), según la opinión de un joven e inexperto jinete, baje un terraplén, en el cual resbaló el caballo dejando una señal en la hierba, (luego mencionaremos este resbalón) llegue a la orilla del arroyo, y por lo más llano empecé a cruzarlo, con el capote puesto, dimos varios trancos dentro del barranco pero la fuerza del agua nos arrastró a los dos, navegábamos como si fuéramos en una barca, pero los rápidos del barranco nos arrastraban de un lado para otro, hasta que chocamos con una gran adelfa y aquí empezaron mis problemas, el caballo por un lado y yo por otro.
- Nada más caerme al agua, ya sin caballo, lo primero que se llevo el agua, fue el sombrero de ala ancha con su forro impermeable, parece que lo estoy viendo barranco abajo, y acto seguido la fuerza del agua levantó los vuelos del capote y me envolvió.
- No se el tiempo que estuve bajo el agua, pero se me hizo eterno, dando manotazos y patadas al capote, me pude deshacer de el y sacando una mano del agua me agarré a una adelfa salvadora.
- Después de recuperarme un poco, me subí a la adelfa, que estaba en el centro del arroyo, me quité los guantes y la pelliza, los cuales los metí en el interior de la adelfa, para intentar recuperarla posteriormente, ya que con ellos no podía nadar.
- Una vez salvado de las garras del capote, había que salir del centro del arroyo, vestido, con botas de montar y espuelas, me tiré al agua y nade hasta la orilla. Una vez en la orilla vacié las botas de agua y a buscar al caballo.
- El caballo estaba comiendo hierba en una isla que hacia el arroyo, con las riendas rotas y sin las alforjas, pero vivo.
- Tuve que volver a nadar hasta la isla, montarme en el caballo y volverlo a meter en el agua para salir a tierra firme, que buen corazón el de aquel caballo.
- En el camino de vuelta hacia el pueblo, me pasé por el cortijo cercano, el de D. José González (el veterinario) donde me prepararon un buen fuego para secarme un poco, me prestaron una pelliza y para casa.
- Al llegar a casa y nada más verme mi padre, me dice, y el sombrero. !!!El sombrero, la pelliza, el capote, la alforja y por poco la vida!!!.
- La Santísima Virgen del Puerto me cubrió con su manto y permitió mi vuelta a casa, con solo la perdida de objetos materiales, fáciles de reponer, pero montado en mi caballo y dispuesto a seguir con la afición al caballo y al campo.
- Enseñanza que podemos sacar de esta verdadera historia: Al pasar un arroyo con mucha agua y si llevamos el capote puesto, tenemos que quitárnoslo y terciarlo delante de nuestra montura, –ya me lo enseño mi padre–, pero no hacemos caso de los mayores, ni de sus enseñanzas.
- También tenemos que pensar en soluciones fáciles y no arriesgarnos más de la cuenta, como yo hice, no pensé en lo que me dijo mi padre de pasar por el antiguo puente del tren.
- Historia que puedo contar y que si sirve de enseñanza para algún lector, que se vea en una situación parecida, lo piense antes de meterse en el agua, u otra situación extrema.
- Al día siguiente volví al sitio del accidente, para buscar lo guardado en la adelfa, y por el resbalón del caballo, supe por donde entré en el barranco, ya que era lugar fuera del camino. Las adelfas parecían que habían crecido esa noche, muchísimas, las que no se veían el día anterior por la abundancia de agua. No encontré nada de lo que había perdido. Solo salvé la vida y la del caballo que no era poco.
Saludos de Gabriel.
Debe escribir un libro con tantas odiseas que se titule la vida del Gabriel a caballo.saludos
JA JA JA, José María. No será para tanto, si que tengo muchas anécdotas de mi andanzas con los caballos, una bonitas y otras más trágicas.
En esta del barranco, si que lo pasé muy mal, a puntito de no salir de las fauces del capote de montar, no se como rompí las correas de la esclavina, en aquellos capotes antiguos, la esclavina se cerraba con tres correas de cuero, y cuando salí a flote, el capote había desaparecido de mi cuerpo, jamás logramos encontrarlo, como tampoco encontramos la pelliza y los guantes que metí entre la adelfa para poder salir nadando, y el sombrero fue lo primero que voló cuando caí al agua fría del barranco.
Una mala experiencia, y todo por no hacerle caso a mi padre, ó mejor dicho por no acordarme lo que me dijo de pasar por el puente.
En fin, una experiencia escrita para que los Jóvenes Jinetes piensen antes de hacer una incursión por donde no saben si saldrán.
Saludos de Gabriel.